«El sol en la Sombra»


Del 1 al 16 de agosto, se inauguró la primera exposición personal del artista realista Antonio Ogayar. La muestra reunió una selección de obras que reflejan su asombrosa precisión técnica y su capacidad para capturar la esencia de lo cotidiano con una mirada profundamente humana. Cada pieza reveló el compromiso del artista con el detalle y la luz, transportando al espectador a un universo donde la realidad se vuelve casi palpable. La exposición fue recibida con gran interés por el público.

Además de la inauguración, el 9 de agosto, con motivo de la Noche Viva, se realizó una actividad especial en la que el propio artista ofreció una visita guiada por la exposición. Durante el recorrido, Antonio Ogayar explicó obra por obra a los asistentes, compartiendo detalles sobre su proceso creativo, las técnicas empleadas y las historias detrás de cada pintura. Esta experiencia permitió al público acercarse de manera más íntima al universo del artista y comprender la sensibilidad que caracteriza su trabajo.
La historiadora y crítica de arte Clara Belén Gómez, tuvo una participación especial al leer un texto de su propia autoría, en el que compartió su visión sobre la obra de Antonio Ogáyar. En sus palabras, ofreció una reflexión profunda sobre el lenguaje hiperrealista del artista, destacando su capacidad para trascender la mera reproducción de la realidad y convertir cada imagen en una experiencia sensorial y emocional.
A continuación, presentamos su interpretación sobre la muestra, una mirada crítica y sensible que invita a comprender el trabajo de Ogayar desde una perspectiva más amplia, donde la técnica, la luz y la emoción se entrelazan en perfecta armonía.
Antonio Ogáyar: El dibujo encarnado:
Antonio Ogáyar desnuda la realidad sin temor a la intimidad ni a la sinceridad que conmueve.
Cada obra se presenta como un testimonio visual donde el cuerpo (fragmentado, íntimo y
vulnerable) crea una narrativa realista que, sin renunciar a lo poético, sabe alejarse de lo
superfluo.
Autodidacta en formación, su mirada es profundamente intuitiva, alejada de cualquier mímesis
técnica vacía. En su dominio del dibujo hay una búsqueda que interroga: ¿qué puede decir una
piel tensada? ¿Qué se esconde en una mirada atrapada tras barrotes?
Su influencia hiperrealista aparece en la tensión muscular, en la textura de las manos, en la
crudeza de lo cotidiano. Ogáyar construye una obra poderosa y profundamente humana.
Entre sus influencias se encuentran el hiperrealismo (visible en la tensión anatómica y el detalle
matérico) y una sensibilidad expresiva que remite, más que a un estilo, a una necesidad de
mostrar lo humano en toda su crudeza y vulnerabilidad. Es una cualidad que capta de inmediato
nuestra atención al observar su exposición. El fuego que aparece en una de las piezas, por
ejemplo, no es solo calor ni luz, sino un símbolo de subsistencia y fragilidad. Lo mismo ocurre
con la infancia, retratada desde la impotencia.
Ogáyar no describe, sugiere. Y en esa sugerencia, el espectador se ve obligado a completar el
relato, y así la obra adquiere la riqueza subjetiva de quien la observa.
Además de la dicotomía entre la soledad de la pieza y la mirada que la completa, dialogan a lo
largo del recorrido, como suele ocurrir cuando el arte explora lo humano, sentimientos que se
entrelazan en distintas obras: el dolor y la resistencia, o en una misma, la desnudez física y
emocional.
Ogáyar apuesta por una imagen que habla; humana, y como tal, contradictoria y llena de matices.
Sencillamente porque el pintor siente, y por tanto, transmite.
Clara Belén Gómez. Historiadora del arte.

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